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lunes, 25 de agosto de 2008

Entrevistándonos

Gracias a una materia de TEA, en la que tenemos que entrevistarnos mutuamente con un amigo, me di cuenta que no tengo ninguna experiencia importante digna de ser nota.

No es que no tenga nada para contar. Siempre alguna anecdotita hay y, además, a mí siempre que me tiene que pasar algo, me pasan todas juntas, así que a modo trágico-cómico no tengo problema en comentarlo. Pero de ahí a que me hagan cinco preguntas sobre ese tema es otra cosa.

En lo primero que pensé es que algunas personas me tratan de suicida por estudiar dos carreras. Podría haber sido sobre eso, hasta que conocí a alguien que está en tres. Una cosa menos.

Lo otro que tiré fue la primera vez que viajé en bondi, que tenía que ir a Plaza de Mayo y terminé en Barrancas de Belgrano. Y, para colmo de mi inocencia de 11 años, cuando me di cuenta que me había perdido pregunté cómo se llegaba caminando hasta Casa Rosada (...). Seguido de eso, una amiga contó que estuvo en cuatro situaciones de robo a mano armada y me sentí una auténtica salame.

Por último, se me ocurrió que podía hablar sobre las actividades solidarias que hice en mi colegio. Desde que estaba en primaria, mi escuela colaboraba con un pueblito de Entre Ríos y, en tercero y cuarto año, viajé para allá. Como experiencia fue muy linda y, a falta de situaciones mejores, preferí esta.

Aparte, tiene un plus. Poco tiempo después, nos enteramos que toda la ropa y juguetes que llevábamos, en vez de dárselo a las familias, se lo quedaba un puntero político. En ese pueblo, sin dar el nombre, el año pasado salió ganadora la fórmula presidencial del Frente Para la Victoria. Sí, sí, con mi colegio ayudamos al Gobierno.
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jueves, 21 de agosto de 2008

La Iglesia en tiempos de Kirchner

Hacia fines del año pasado, tras la asunción de la presidenta Cristina Fernández, parecía que se iban a empezar a llevar bien. Con bombos y platillos y después de cuatro años de no verse la cara, las partes anunciaban una reunión que encauzaría el diálogo. Pero, en poco menos de nueve meses, la relación entre el Gobierno kirchnerista y la Iglesia católica pasó de ser mala a pésima.




Primero, Alberto Iribarne. Para el Vaticano, era un capricho que los Kirchner quisieran ubicar a un hombre divorciado como embajador ante la Santa Sede. Para los Kirchner, era un capricho que el Vaticano rechazara a un hombre de trayectoria “intachable”.

En marzo, llegó el conflicto con los productores agropecuarios y la lluvia de críticas opositoras ante la falta de consenso. La Iglesia se subió al carro, cuestionó que el Gobierno no recibiera a los representantes del campo, le exigió “gestos de grandeza” y alertó sobre la posible fragmentación social que provocaría la contienda.

Aunque, como explica el párroco y asesor del Centro Pablo VI para la Difusión de la Doctrina Social, Agustín Espina, en ningún momento se ofreció como mediadora.

“La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) recalcó que solo intervendría si se lo pedían, como no fue así, se limitó a auspiciar un acuerdo entre las partícipes de la disputa”, afirma.

La Iglesia se invistió como órgano de presión y, por si no alcanzara, en el medio saltó el obispo de San Isidro y presidente de la Comisión de Pastoral Social del Episcopado, monseñor Jorge Casaretto, a decir que había más pobres que los que declaraban las cifras oficiales y que una prueba fehaciente de ello era que en las sedes de Cáritas cada vez iban más personas a pedir comida.




Sin embargo, más allá de haber tomado partida en varias cuestiones políticas de este año, la Iglesia ha dejado de ocupar un lugar de referencia para el gobierno de turno, como en otras etapas históricas de la Argentina.

Según el padre Espina, la Iglesia no dejó de ser un actor político sino que sufrió un corrimiento de su rol tradicional en el ámbito político-social a partir de la gestión de Néstor Kirchner, comenzada en 2003, ya que el ex presidente no quería mostrarse con el Episcopado.

“Antes tenía un fuerte arraigo en la sociedad y cumplía un papel de mediadora. Hoy la Iglesia convoca a los fieles y laicos trabajando desde las bases, no desde las cúpulas como solía hacerlo”, sostiene.

Por otra parte, Espina aclara que la Iglesia no constituye una oposición al Gobierno. “Al ser autoritario, ve a toda voz disonante como contraria, pero no es así”, advierte.

Poco coincide con esta postura Horacio Verbitsky, periodista y autor del libro Cristo Vence, que cuenta los vínculos entre el poder eclesiástico y el político. “El Episcopado acusa a los Kirchner de ser autoritarios cuando chocan porque unos pugnan por un Estado católico y otros, por uno laico. Además, no hay gobierno más autoritario que el de la Iglesia católica, en el que quien manda es elegido sólo por cien personas”, replica.

Para sostenerse, Verbitsky cita un episodio de la historia argentina que demuestran que las relaciones entre la Iglesia y el poder político distan de ser armoniosas. “En 1884, fue el primer conflicto importante cuando el entonces presidente Julio Roca expulsó al delegado papal Luis Mattera por entrometerse en asuntos del Estado”, ejemplifica.

En ese mismo período, el Registro Civil y la educación primaria dejaron de ser materia de la Iglesia católica y pasaron a ser controlados por el Gobierno. Durante la segunda presidencia de Juan Perón, en 1951, sucedió algo similar aunque a modo de castigo al Episcopado. Perón y el obispado competían por el estandarte de justicia social que solía cargar la Iglesia.

La cúpula eclesiástica apoyó al golpe militar de 1955, al igual que el de 1930 y 1943. La diferencia fue que, en los años siguientes, muchos padres y curas se volcaron al peronismo como forma de arrepentimiento por haber dado el visto bueno al Onganiato y sus consecuentes asesinatos y persecuciones.

El gobierno militar que duró de 1976 a 1983 también contó con la complicidad de la Iglesia, que guardó silencio ante las crecientes desapariciones. Recién con la vuelta de la democracia, una nueva camada de obispos se redimió y pidió disculpas. “Ahí es cuando el Episcopado empieza hablar junto a los pobres, alejándose un poco de la escena política”, puntualiza Espina.
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lunes, 18 de agosto de 2008

La gran Cobos

Desde aquel no tan lejano voto negativo al proyecto de ley que pretendía establecer las retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias, entró al centro de debate si el vicepresidente Julio Cobos tendría que haber renunciado a su cargo o no.

La decisión de Cobos fue como el golpe de guillotina para la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, lo que le valió que los kirchneristas lo tildaran de traidor y que los radicales de pura cepa se mofaran de él con carteles que decían: "Más solo que Cobos en el Día del Amigo".

En un principio, a pesar de los incipientes ataques y la creciente ignorancia de los Kirchner, Cobos sostuvo que no abandonaría su puesto, que había seguido sus convicciones pero que no por eso se alejaría del Gobierno.

No obstante, poco después, el Vicepresidente se aisló con los nuevos radicales no kirchneristas sino cobistas y empezó a formar un nuevo espacio propio, como si él fuera parte de la oposición. Comenzó a mostrarse con el ruralista Alfredo De Angeli e incluso asistió de sorpresa a la gran exposición del campo, La Rural, el martes 25 de julio pasado.

Pero, ¿se puede ser oposición dentro del mismo gobierno? Cobos puede tener diferencias con Cristina Kirchner, no estar totalmente de acuerdo con sus modos, pero no puede ir en contra de ella. Eso sí, es cierto que el debería tener el lugar de participación que le corresponde en su papel de vicepresidente, algo que la actual gestión le niega.

Sin embargo, la oposición no se hace desde adentro. Se hace desde una banca en el Congreso o un acto con una fuerza política que apoye. Cobos juega a ser vicepresidente y oposición a la vez. Habrá que ver en qué termina.
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lunes, 11 de agosto de 2008

Dos temas

Tema 1
Como comprenderán con la falta de actualización, estuve de viaje por el noreste argentino en estas vacaciones de invierno. Quizás, en otra ocasión, escriba algunas anécdotas al respecto. Pero lo que quería resaltar es esa bonita costumbre que tienen en los pueblos del Interior de saludar aunque sea a desconocidos.

Me sentí bastante a gusto con eso. Soy de esas personas que saludan al colectivero aunque sean las 7 de la mañana de un día con tormenta después de esperar 20 minutos y estar llegando tarde. Los porteños saben que acá, si en la calle te saluda un tipo, mejor salir corriendo y no mirar porque puede ser un violador.

Mismo los hombres del delivery. El otro día, en mi casa pedimos una docena y media empanadas. Había que pagar 50 pesos redondo. El hambre hace que uno gaste esas cuentas desorbitantes (tres pesos cada empanada, pará). Con la escasez de monedas, más que era justo un billete, no le dimos propina al que trajo el pedido. Traté de remarla siendo simpática. Le dije: "Hasta luego, que tengas buenas noches" con sonrisa de gila, cuando al toque me cayó la lluvia de puteadas. En cambio, en Apóstoles, una de las ciudades en las que estuve, la gente es un poquito más amable.

Tema 2
¿Vieron esas situaciones en las que uno no quiere que lo vea nadie, sea porque está recién levantado, sin maquillar o vestido a modo de pijama? Por alguna razón, siempre salgo mal de los subtes. No sé, me desoriento. Hace unos días, salí para el otro lado de la estación Medrano de la línea B. Cuando me di cuenta, di media vuelta y volví para atrás, pero antes crucé la calle, cosa de no quedar como la tonta que se equivoca y vuelve a pasar por el mismo lugar (aunque fuese así).

Mala suerte la mía, al día siguiente una amiga me mandó un mensaje porque me vio pasar dos veces por la puerta de la farmacia en la que trabaja.

Más mala suerte la de mi profesora de francés, que el jueves pasado camino a Ideas del Sur con Sol (léase Pancitos) para hacer una entrevista, me la encontré cuando hurgaba un tacho de basura. Ignoro si es indigente, le pagan mal, le fallan algunos jugadores o si se le cayó algo y lo último que quería era encontrarse a alguien. Pero la pesqué justo, justísimo.

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